La vida pasa, pero las ideas y los sentimientos perduran hasta el límite de su propia utilidad o de su belleza. La inmortalidad no tiene otro sentido que este. Si hemos vivido conforme a un auténtico anhelo creador, sea en arte, en ciencia o en política, quedarán detrás de nosotros los frutos de nuestra inquietud. A través de ellos seguiremos viviendo mientras su fuerza de expresión mueva las inquietudes de los que nos sigan en el camino de la vida.
La inmortalidad de un cuadro, de un poema, de una sinfonía, de una teoría científica, de una gran realización política o de los días de un santo, solo se explica por efectos de una simbiosis misteriosa del genio creador con la conciencia de las generaciones futuras. Todo ello es vida, instinto de orientación, acoplamiento activo, síntesis inevitable de lo que fue, de lo que es y de lo que seguirá siendo la inmovilidad arquetípica del espíritu humano. El individuo cobra permanencia solo cuando los canales del alma logran derramarse en la gran vertiente de la conciencia social. Lo perenne es la sociedad, pero esta perennidad se nutre de los grandes desprendimientos de la creación individual.
Fragmento de la Semblanza de AMÉRICO LUGO, escrita por A Tulio Manuel Cestero en el libro Historia Dominicana, pág.. 11.
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